Conversaciones de medianoche.

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Eran las 14:30 de la tarde y llovía muchísimo, Ignacio huía de la lluvia y se metió al primer café que encontró abierto. Ahí estaba Marie, en su hábitat natural, escribiendo en su laptop y tomándose un cappuccino con una galleta de chocolate chips, sus favoritos. Ignacio no había visto a Marie desde que se despidieron en Buenos Aires.

            Todo había cambiado, pero a la vez no. Ella seguía igual, aunque había cortado sus rizos y se había dejado su color natural de cabello; aun escribía en su laptop como si no hubiera mañana, y como si nada más existiera en el mundo. Marie miraba a su pantalla, tal cual como miraba a Ignacio hace unos años en Buenos Aires.

            La primera vez que se conocieron fue de la manera más absurda, Ignacio estaba intentando convencer a un amigo de comprar un gin con sabor a fresa para mezclar con vodka. Sí, con vodka, y Marie estaba en la tienda con unas amigas. Al escucharlo, ella no pudo aguantar el impulso de meterse en la conversación y decirle todas las razones por las que su mezcla era una muy mala idea. A lo que Ignacio la miró sorprendido y comenzó a reírse mientras le decía: “Qué vaaaaa, si va a estar buenísimo. Jajaja”.

            La segunda vez que se vieron fue cinco minutos después de ese encuentro, cuando Marie volvió a donde estaba su grupo de Erasmus para ir a una fiesta y ahí estaba Ignacio con sus amigos, mezclando su bomba atómica. De ahí en adelante, todo fue una larga y rara historia. Solo hablaban cuando salían de fiesta y estaban alcoholizados, según sus amigos tenían conversaciones es muy interesantes y sobre muchísimos temas, pero al sol de hoy, ninguno de los dos las recuerda.

            Solo recuerdan cómo se sentían cada vez que se veían y cómo se evitaban cuando estaban sobrios; también recuerdan como no podían despegarse en las noches de fiestas. Como si fueran dos magnetos que no podían estar separados el uno del otro. Recuerdan como sus ojos se miraban y les hacían olvidar que había más gente a su alrededor. Pero no recuerdan lo más importante, sus conversaciones de medianoche y las largas horas que pasaron hablando hasta la madrugada, cada fin de semana, por casi cinco meses. No recuerdan porque nunca se atrevieron a hablar en momentos de sobriedad, aunque probablemente era porque querían huir de lo que sentían y sabían que no podían controlar. Quizás, si alguno de los dos hubiera hecho algo, hubiera pasado algo; pero no.

            Ahora, Marie era una extraña sentada en un café, escribiendo como si no hubiera mañana y ahí estaba Ignacio, mirándola como si no hubiera mañana y como si no hubieran pasado cinco años entremedio de todo esto. Él sabía que la vería pronto, pero no esperaba que fuese tan pronto.

            Se suponía que se verían en dos meses en la boda de su amiga Beatriz. Él ya se estaba preparando mentalmente para eso, pero no para verla ahora. Beatriz había sido la “alcahueta” entre Marie e Ignacio. Irónicamente, los conoció a los dos en diferentes lugares y se hizo la mejor amiga de ellos, sin saber que ya ellos se habían conocido antes. Y cuando se enteró, se convirtió en la fan #1 de ellos e intentó que pasara algo más que sus conversaciones de medianoche, pero claramente no lo logró.

            Beatriz aún quería que Ignacio y Marie estuvieran juntos, por eso le dijo a Ignacio que ella estaría en la boda para ver si por fin hace algo. Y para que se fuera preparando mentalmente para el momento. De los dos, Ignacio es el más gallina. Aunque Marie no sabe que Ignacio irá a la boda, tiene más agallas que él y cuando sabe lo que quiere, intentar ir a por ello a diferencia de él. Ella lo intentó en su momento, y él, nunca respondió. Así que, si Ignacio quiere algo, tendrá que ponerse los pantalones en su lugar y tomar acción.

            Ignacio seguía mirando a Marie mientras se tomaba un espresso, pensando si debe ir a saludarla ahora o si quizás, mejor esperaba a la boda. De todas maneras, allí tendrá que saludarla sí o sí. Ignacio decidió que es mejor irse y, justo cuando se levantó, Marie alzó la mirada y sus ojos se encuentran.

            La última vez que se vieron no fue porque Ignacio quisiera, si no, porque Beatriz se lo pidió. Sabía que, si Marie se iba e Ignacio no la veía por una última vez, se arrepentiría.

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